Va pasando el tiempo, ha ido pasando el tiempo, que es lo único que tiene que hacer, pasar, y aunque no se merezca una Medalla del Trabajo, a los demás nos echa una mano.
A veces, al principio, la mano de tiempo nos agarra por el cuello para ahogarnos. Es cuando vemos que el tiempo juega en contra, cuando se escapa, cuando lo quieres parar y evidentemente no puedes. Entonces los días son largos y las noches, enemigas. Todo es urgente, necesario, imprescindible, agónico. El tiempo apremia… pero no premia, castiga.
Va pasando pues el tiempo, y se presenta sin avisar en forma de día tranquilo, con espacios más grandes, incluso se para de vez en cuando dejándote mirar alrededor. Ves lo que no veías porque antes todo iba demasiado rápido, conduciendo un tren descarrilado y sin mirar por la ventanilla. Ahora tus ojos se detienen, y aunque en ocasiones te traigan lágrimas también te regalan decenas de cosas que habías olvidado y un puñado de paisajes y personas nuevas para descubrir.
Sigue el tiempo pasando, a su aire, y empieza el momento de cogerlo con tus propias manos alguna vez. Eres tú quien maneja el tiempo y el tempo, al principio solo unas horas en contadas ocasiones. Vas dándole forma, acomodándolo, a poquitos, te deja asomarte y saltar para ver durante unos segundos qué puede haber por delante.
Pasando y pasando, el tiempo se abre. Ahora tienes que recorrerlo. Quizá necesites aprender a andar otra vez, pero ahí lo tienes para que tus pasos te lleven allí donde aspiras. El pasado se ha ido un lugar llamado olvido. Sabes dónde está el olvido porque tú también estás allí, porque el tiempo de alguien allí te ha enviado.
Pasa el tiempo y una noche de calor se detiene ante tí. Te dice que mientras han ido pasando horas, días y noches, el círculo se va a cerrar. Ahora decides tú. Sal, o quédate más tiempo dentro del círculo.
Yo me largo. Se acabó el castigo, me voy a un tiempo nuevo donde espero encontrar lo que merezco.